Queridos hermanos: Es Domingo, y la comunidad se reúnen en torno a la mesa para alimentar la fe y la esperanza, pero también para traer a los pies del Señor el trabajo realizado por un mundo mejor, según su voluntad. Es el día de traer todo lo bueno que hacemos a favor del reino, y al nutrirnos con la presencia de Dios, salimos fortalecidos para seguir trabajando por su reino desde nuestros pequeños espacios donde nos desenvolvemos a diario. Seguimos en Pandemia, y muchos conocidos nuestros se han contagiado. Que nada ni nadie nos aparte del Señor: Él es nuestra fuerza y nuestra Paz. Por eso nos reunimos hoy.
La Liturgia de la Palabra nos muestra hoy a Jesús que dice: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás». Es decir, utiliza el verbo SER con el que se denota identidad y existencia, y lo relaciona con un alimento: el Pan. Pero no cualquier pan, sino el Pan “de Vida”; por eso, comerlo, significa satisfacer las necesidades básicas de la vida, como el hambre y la sed.
El Pan viene a ser, entonces, un signo. En la primera lectura, Dios da a su Pueblo un Signo, una señal para mostrarles todo su poder. El Pueblo estaba errante en el desierto y murmuró contra Dios y contra Moisés; es decir, el pueblo se quejó. La queja es sinónimo de inconformidad. Dios los escucha y hace que se sacien de Pan por la Mañana y de carne por la Tarde. Y es que “para Dios, no hay nada imposible”. Finaliza el texto afirmando que cuando vieron aquello se preguntaron: ¿Qué es esto? (en hebreo “Maná makum”).
Cuando Jesús dice que “Él es Pan de Vida”, está apelando al signo (Pan) pero le da un nuevo significado: no se trata de algo “simbólico”, sino real: El ES ese Pan; el Pan le contiene; comer ese Pan, es comerle a Él. Y sabemos que Jesús no miente: ¡su palabra es la verdad! Surgen entonces una pregunta: ¿Cómo hacemos para comer ese Pan? ¿Dónde está ese Pan? Los protestantes dicen: “en ese versículo Jesús está hablando de forma simbólica, y se refiere a la Fe”. Lo cierto es que, en la última cena Cristo mismo nos hace entender que el Pan de su Cuerpo lo podemos comer “Haciendo lo mismo, en memoria suya”, es decir, celebrando la Eucaristía siempre, hasta que vuelva. Cada vez que celebramos la Santa Misa, Jesús Pan de Vida – que es el mismo ayer, hoy y siempre, se nos da como alimento, no se manera simbólica sino real. Si no fuera así, las generaciones posteriores a los primeros cristianos, estaríamos privados de esa Vida que nos da Jesús cuando le comemos.
En la segunda Lectura San Pablo nos invita a “renovar la mente y el espíritu”, y a “revestirnos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios”. Para eso es necesario abrir el corazón a la Palabra de Dios, que también es alimento. La renovación, el cambio de actitudes mal encaminadas, la conversión nos viene por la Palabra y la Eucaristía: ambas realidades forman parte del mismo banquete, no están separadas.
Dice el Papa Francisco: «Jesús está presente en el sacramento de la Eucaristía para ser nuestro alimento, para ser asimilado y convertirse en nosotros en esa fuerza renovadora que nos devuelve la energía y devuelve el deseo de retomar el camino después de cada pausa o después de cada caída. La Eucaristía nos une a Cristo, y en Cristo nos transforma» (Ángelus, 14 de Junio de 2020).
Por eso hoy decimos como los discípulos del Evangelio: “Señor, danos siempre de ese Pan”.
Pbro. Ender Ramón Moissant Ugarte
Párroco de la Parroquia Ntra. Sra. del Valle
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